Algo conocido se había metido dentro de lo desconocido.

Algo tan sencillo como un hombre que se marginó a si mismo porque no le gustaba el mundo que le rodeaba, así de sencillo, así de difícil.

“Si quieres ser famoso tienes que hacer algo y hacerlo peor que cualquier persona del mundo entero”

“Nunca he hecho otra cosa que dejar pasar el tiempo”

Miroslav Tichý (1926-2011) nació en la República Checa desarrollando el grueso de su trabajo fotográfico entre los años 60 y mitad de los 80. Interesado en un primer momento por la pintura estudió en la escuela de bellas artes de Praga tras la segunda guerra mundial. La toma de conciencia de que todos los cuadros están pintados y todos los dibujos ya estaban dibujados es el motivo principal para que, desilusionado, abandone definitivamente la pintura a finales de 1950.

Tras esta catarsis identitaria conduce sus esfuerzos hacia el objetivo de ser famoso haciendo algo y haciéndolo peor que cualquier otra persona en el mundo. Retirado a una pequeña casa con recursos infrahumanos en Kyjov, ciudad donde pasó su infancia, inició su camino en la fotografía al mismo tiempo que se convertía en un vagabundo indigente de sus calles. Tras su paso por prisiones y centros psiquiátricos, la policía comenzó a tratarlo como un enfermo mental inofensivo formando parte del paisaje de la ciudad.


Tras este pensamiento revolucionario nos encontramos con el fotógrafo checo. Armado con cámaras fabricadas por él mismo, con objetos encontrados entre la basura, esta condición le proporcionó la perspectiva adecuada para poder desarrollar su trabajo fotográfico.

Las cámaras de Miroslav Tichý están construidas a base de cartón, madera, rollos de papel higiénico y algunas piezas de cámaras de fotos. También fabricaba las lentes, a partir de cristales de gafas viejas o trozos de plexiglás que pulía a mano con pasta de dientes y ceniza de cigarrillos. Y todo ello sellado con brea para evitar entradas de luz.


Con una actitud compulsiva y una temática centrada en lo femenino, fotografiaba a las mujeres de Kyjov en parques, piscinas, paradas de autobús, cómo el ornitólogo que fotografía aves en su habitat protegido por eun muro de madera, la invisibilidad que le otorgaba su aspecto de harapiento, vagabundo armado con cámaras estéticamente inofensivas.


Revelaba los trozos de película y papel fotográfico, que introducía en sus cámaras, en su casa con una ampliadora y líquidos encontrados también entre la basura. Después las pegaba en cartones sucios y dibujaba alrededor de las fotografías, las arañaba o manchaba.


Existe una extraña belleza innata en sus creaciones. Nacidas de la supuesta locura de un cerebro que se nos antoja caótico, ruidoso y convulso y que, sin embargo, es capaz de transmitir verdad y calma desde las imperfecciones y la suciedad, de comunicar y expresar desde una perspectiva distante.


Mostraba un total rechazo a ver su obra colgada en un museo y no la concebía en otro lugar que no fuera su casa y para sí mismo. 
















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